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2014 Los niños ya no van al campo, van al Alcampo: la comida como excusa para transformar la educación


¿Qué significa ser niña o niño hoy? Esta es la pregunta que nos hicimos en la sexta y última sesión de la #EED de este curso, en una jornada donde la comida fue la excusa para reflexionar sobre los modos de vida, las representaciones mediadas y las realidades que configuran la cultura infantil actual. Un grupo muy concreto de personas que, tras como nos adelantó nuestra primera invitada con una de sus geniales metáforas, ya no van al campo sino al Alcampo, de manera que la naturaleza ha dejado de ser un referente para serlo el centro comercial. Para debatir estos temas, en Comida para aprender, contamos con la participación de Heike Freire, experta en educación centrada en el papel, cada vez más relevante, de la naturaleza en la sociedad postindustrial y Elena Roura, responsable de los programas educativos de la Fundación Alicia (Alimentación+Ciencia), y con el taller Croquetas pedagógicas diseñado en este caso por Clara Megias.


La frase que da título al presente post condensa en sí misma las problemáticas de la infancia posmoderna, una infancia que constituye el 15% de la población en España y que disfruta de unas características recién adquiridas que articulan un estilo de vida muy específico y del que es difícil escapar. Entendiendo la cultura como el conjunto de representaciones que configuran la forma de entender el mundo de una sociedad determinada, McDonald’s se consolida como una fuente representacional muy potente (sobre la que poco puede articular, pongamos por caso, un plato de lentejas), Call of duty aparece como una realidad paralela al juego tradicional (donde el movimiento solo se lleva a cabo en la esfera de lo virtual) y Marina d’Or puede ser el lugar donde mayor contacto desarrolla un niño con la naturaleza (¿) en su entorno de vacaciones.


Partiendo de esta idea de cultura e infancia, en la primera conversación de la mañana reflexionamos sobre la realidad de que los niños y niñas contemporáneos están muy solos debido a la desarticulación de la familia tradicional (cada vez conocen menos a sus abuelos, tíos, primos…, y muy pocos de ellos tienen hermanos), pasan más del 76% de su día sentados o tumbados y sufren una tasa de enclaustramiento espectacular disfrutando más bien poco del tiempo al aire libre. Niñas y niños que han perdido la calle y que, como nos recordaba Heike, han perdido la manada, el ser compartidos con el resto de la tribu, por lo que permanecen mucho tiempo solos en casa con sus padres y madres sin contacto con otros agentes de su entorno. Niños y niñas que pocas veces se mueven en espacios intergeneracionales y donde la construcción del propio ser es enteramente distinta a la construcción del yo de la infancia de hace apenas 25 años.


Partiendo de la idea común de que la tecnología ha de servir para enriquecer la vida y no para empobrecerla, Heike reiteró que se debe combinar con experiencias reales profundas. En un mundo absolutamente tecnológico sería absurdo negar la tecnología pero, y este fue un tema central en la sesión, los niños viven cada vez más en un mundo de representaciones pero no debemos olvidar que dichas representaciones están siempre mediadas, por lo que resulta de suma importancia reflexionar sobre quién y para qué las media. Según Heike, ningún niño menor de doce años debería consumir representaciones tecnológicas más allá del tiempo de sus experiencias en su vida real. A partir de esta edad es otra cosa. Y es que hay tres elementos clave para el desarrollo físico e intelectual de un niño o niña menor de 12 años: los afectos, el movimiento y la comunidad, y es una realidad que la tecnología potencia la existencia de un niño quieto. Los niños contemporáneos  deben interactuar con la tecnología pero SIN PERDER EL CONTACTO DIRECTO CON LA VIDA REAL. Los niños contemporáneos puede que vayan al Alcampo, pero, por definición, deben ir al campo también y mucho… La tecnología ha de servir para enriquecer, pero nunca suplantar la realidad, el juego, el movimiento, el afecto directo con otras personas o el contacto con la naturaleza.


De la vida fuera de la escuela pasamos a analizar lo que pasa en un entorno en el que niños y niñas pasan ocho horas al día de lunes a viernes, nueve meses al año, y de cómo las escuelas deben ser transformadas en lugares para la vida, lugares donde desaparezca el stress (y aquí conectamos con la slow education) porque resulta común decir que un niño estresado no aprende. Si, tal como dijo Heike (y lo suscribo totalmente) somos sujetos de placer, hay que recuperar el placer también en la escuela, y en este sentido la comida cumple un rol fundamental, especialmente en los contextos educativos donde la tónica y los recuerdos de muchos conectan precisamente con lo contrario al placer. En este punto es donde Heike desarrolló los temas que domina en relación con la temática de la comida proponiendo varias alianzas, siendo su primera propuesta utilizar la comida para moverse ya que, al contrario de lo que muchos profesionales de la educación sostienen, se aprende mejor cuando nos movemos que cuando nos quedamos quietos y la comida en el aula puede ser una herramienta que provoca movimiento.


Esta propuesta conectó con la siguiente, la comida como herramienta para crear comunidad, una de las funciones que sostengo como más importantes de la comida en el contexto de una educación disruptiva. Cuando introduces la comida en el aula transformas la clase en una celebración en la que compartir fomenta el conocer, se produce el relax y la conexión, aparecen los afectos y se crea vínculo. En el proyecto ESTO NO ES UNA CLASE, el simple hecho de desayunar juntos cada mañana transformaba por completo el proceso de aprendizaje al entender la comida como juego, como elemento de gamificación y ya sabemos por otras sesiones que la generación de dopamina es la antesala del aprendizaje….


Tercera propuesta, la comida puede utilizarse también como herramienta para trabajar el poder, sobre todo para empoderar a los estudiantes como participantes cuando les dejamos cocinar, ese extraño proceso que parece que solo puede ser realizado por un adulto. Cuando empoderamos a los niños como productores culturales y les dejamos tanto cultivar como cocinar (en el caso de dejarles cultivar, cumplen un rol fundamental los huertos escolares que además son una herramienta clave para entender el concepto de proceso a largo plazo), estamos siendo profundamente disruptivos y estamos dejando de lado lugares comunes, al mismo tiempo que no dejamos usar a los niños y niñas cuchillos o encender un fuego para trabajar los beneficios de lo que espontáneamente llamamos pedagogía del riesgo, un riesgo que impide que puedan entrar en las cocinas de las escuelas, algo que todavía no he entendido muy bien por qué sucede. La comida se transforma entonces en una herramienta para la sorpresa y la responsabilidad.Heike también propuso la comida como herramienta para la transdisciplinaridad, para potenciar la creatividad, para entenderse (identidad y cultura local), para conectar con la realidad, con lo táctil, con aquellos sentidos que las pantallas no tienen, terminando su discurso dejando caer la idea de la comida para maravillarte, como elemento espiritual.


En la segunda conversación tuvimos el placer de compartir con Elena Roura, responsable de los Programas Educativos de la Fundación Alicia, un centro de investigación ubicado en Sant Fruitós de Bages (Barcelona) cuya meta no es únicamente investigar sobre la nutrición en sí, sino sobre cómo se cocinan los alimentos y, sobre todo, cómo los comemos. La Fundación Alicia nos invita a preguntarnos ¿cómo podemos tener tanta información sobre la comida y comer tan mal al mismo tiempo? Para intentar contestarla se rodean de antropólogos, historiadores y artistas que reflexionan junto a cocineros y endocrinos sobre temas como el enorme problema del desperdicio alimentario, la instalación de cocinas pedagógicas, las fobias relacionadas con los alimentos teniendo como principal objetivo la transformación social.


Como no podía ser de otra manera, a la Fundación Alicia le interesa mucho la educación, en concreto la relacionada con el tema de la obesidad, que en nuestro país está llegando al 28% de niños y niñas entre los 2 y los 17 años en una sociedad que, conectando con lo que nos decía Heike, es sedentaria en un 42% de los casos. Por estas razones, la Fundación Alicia ha desarrollado una pirámide de trabajo dividida en cuatro temas:

Qué comemos
Cómo lo cocinamos
Cómo lo comemos
La importancia del movimiento

Dentro de esta pirámide, el tema más importante a mi juicio es cómo comemos lo que comemos ya que la idea de celebración y de vínculo cultural que se crea a través de la comida es fundamental y cómo a través de estas comidas grupales, y muchas veces intergeneracionales, se crean modelos identitarios y de poder que pueden ser más o menos democráticos. Elena nos comentó cómo para trabajar esta pirámide en las escuelas han desarrollado el programa TAS (Tú y Alicia por la Salud) específico para comunidades que trabajan en la educación secundaria, que nace a partir de la idea de que si los adolescentes se implican en el diseño de soluciones para comer mejor desde la escuela, les será más fácil interiorizarlas y llevarlas a cabo en su vida adulta y serán un modelo a seguir para el resto de compañeros y para los más pequeños. Es por lo tanto un proyecto intergeneracional de mentorización alimenticia que se basa en un concepto muy interesante como el que la mayoría de nosotros somos kitchen orphans, (que se podría traducir literalmente como huérfanos de cocina y si lo hacemos de una manera más literaria, podría ser algo así como “ignorantes culinarios”), término que nace de la realidad social de que la mayoría de la población no sabe cocinar porque cada vez se cocina menos en los hogares y hemos perdido por lo tanto el referente de hacerlo. Para solucionar este problema de imaginario, la escuela debería incorporar como contenido básico competencias relacionadas con la cocina de manera que los “ignorantes culinarios” sean capaces de aprender a cocinar desde un ámbito que no sea el doméstico. 

Me parece muy disruptiva y a la vez muy de sentido común esta idea: si algo tan importante como alimentarte y cocinar ya no se aprende en casa, la escuela ha de coger el testigo y afianzar estos aprendizajes. Desde mi punto de vista (y sospecho que muchos de los que estábamos presentes en la sesión pensamos lo mismo) en el siglo XXI quizá sea más importante aprender a cocinar que aprenderse la lista de los Reyes Godos por lo que, una vez más, tal como hicimos con la fotografía, el humor o los teléfonos móviles, desde la #EED reivindicamos la idea de que otro tipo de currículum es necesario.


Por último, en el taller Croquetas Pedagógicas pusimos en práctica todo lo aprendido en las conversaciones de la mañana, de manera que Clara Megías apareció con una bandeja llena de sugerencias que consiguieron que se compartiesen comida y conocimiento con microacciones que tuvieron que realizar los participantes (entre ellos podíamos encontrar mensajes del tipo “Busca a alguien mayor que tú y pregúntale cuál es la especialidad culinaria de su familia” o “Busca a alguien más joven que tú y pregúntale si sabe cuáles son las frutas y verdura de temporada”).


La comida como excusa para repensar la educación es, como todos los temas que hemos tratado, un motivo para romper con el pasado, para romper con un modelo que NO nos representa. Necesitamos vincular la educación con el placer, con la celebración, con el movimiento, con la tecnología, con la realidad y a la vez con la manada y el riesgo, debemos dejar que niños y niñas jueguen con fuego, se reconozcan como productores de comida y no solo como consumidores,  que se relajen los tiempos y se cultive en los centros educativos, entre otras cosas para que aprendamos la importancia que tiene darle tiempo al proceso. Necesitamos aprender a cocinar, y si en casa es imposible, pues aprendamos en la escuela y, sobre todas estas cosas, necesitamos ser felices, lo que es mucho más probable que suceda en el campo que en "Alcampo".


¡¡¡Buen provecho!!!

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